Sin duda alguna, el conocer a Cristo, rendir nuestra vida entera a buscarle cada día y amar su venida son las experiencias más maravillosas por las que un ser humano puede pasar. Nuestra vida cristiana es un caminar de victorias y en ocasiones con ciertos sin sabores que irremediablemente deben venir a nosotros. Todos tenemos problemas, la gran diferencia entre un creyente y alguien que aún no comparte la fe es que el cristiano lucha contra esos problemas pero al mismo tiempo descansa de ellos poniéndolos en las manos de Dios, mientras que los demás se consumen en ellos.
Sin embargo, ¿Qué pasa cuando un dolor grande nos azota sin piedad aparente, rompiendo nuestro corazón en mil pedazos?
Tengo la gran bendición de ser papá y sin temor a equivocarme creo que una de las agonías más grandes que existen en la vida y que nadie quisiéramos si quiera imaginarlo es la pérdida de un hijo.
Es humanamente comprensible que innumerables cuestionamientos asalten nuestra mente, quizás al punto de hacer tambalear la fe de alguien.
La doctrina de la salvación puede ser mucho más compleja para muchas personas cuando se trata de explicar adónde van los niños al morir. Qué pasa con el alma de un niño cuando muere?
Comparto el siguiente vido del pastor y maestro John MacArthur quien ofrece una respuesta cargada de bases bíblicas sobre este tema que ha sido discutido durante mucho tiempo, partiendo desde la perspectiva de una pareja que perdió a su pequeño.
Muchas veces desconocemos las respuestas a tantas interrogantes, Dios nos ayude a vivir siempre enamorados de él, aún cuando el panorama no sea alentador. Dios es fiel.
Bendiciones.
William Velázquez Valenzuela
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